Carmen Sallés nace en Vic, Barcelona, España, en abril de 1848. El día 9 a la vida y el 11 a la gracia del bautismo. Crece en un hogar profundamente cristiano, en el que la cultura es muy apreciada, estudian los varones y también las mujeres. En su niñez vive el ambiente eclesial de la definición del dogma de la Inmaculada. Estudió en un colegio de la Compañía de María y se preparó, de acuerdo con el deseo de sus padres, para el matrimonio, pero con una duda inquietante sobre lo que Dios quería de ella.
Unos Ejercicios Espirituales y el discernimiento valiente, le hicieron ver que Dios la invitaba a consagrarse a Él en la vida religiosa. Cuando fue novicia adoratriz conoció a jóvenes de su edad, que no habían tenido una familia ni una educación como la suya. Escucha la voz del Espíritu: “Para alcanzar buenos fines, son menester buenos principios”, lo que despierta en ella una opción pedagógica por la prevención, más que por la recuperación.
Siguió su búsqueda entre las Dominicas de la Anunciata y fue descubriendo que los horizontes de la educación femenina en la sociedad del momento eran muy limitados para la mujer de tiempos nuevos. El Espíritu le sugería ampliarlos. Intuye, en una sociedad de primera industrialización, un papel nuevo para la mujer que requiere el paso educativo de sus labores o cultura general a la enseñanza formal.
Abierta a los signos de los tiempos, percibe la importancia de formar a la mujer. Sus convicciones profundas guían su labor pedagógica, salpicada de dificultades y la llevan a abrir caminos nuevos.
Abierta a los signos de los tiempos, percibe la importancia de formar a la mujer. Sus convicciones profundas guían su labor pedagógica, salpicada de dificultades y la llevan a abrir caminos nuevos.
En fidelidad al Espíritu funda en el año de 1892 la congregación de Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza. Se arriesga a abrir nuevos caminos confiando en la Divina Providencia y hace de la misión educativa evangelizadora el fin principal de su respuesta vocacional a la llamada de Dios.
Su inquietud misionera la hace exclamar poco antes de morir: “si yo no puedo, lleven ustedes la Congregación a otros países. Llévenles el amor de María Inmaculada, el pan de cultura y libertad que da la gracia”.
El 25 de julio de 1911, muere en Madrid, con fama de santidad. Fue canonizada por el papa Benedicto XVI el 21 de octubre de 2012.